¿Qué es la Presencia? Fíjense que he escrito la palabra con la primera letra en mayúscula, indicando con ello que debo de estar hablando de algo especial. Algo importante.
¿Se acuerda usted de cuándo estaba en el instituto? La profesora daba clase, las ventanas estaban abiertas, y entraba la luz, mezclada con las voces de otros chicos y chicas que hacían gimnasia en el patio. A lo lejos, un coche hacía sonar su claxon. ¿Puede usted verse a sí mismo, ignorando todo esto? Su cabeza adolescente lleva veinte minutos pensando en los problemas que tiene en casa. No parece haber coordinación alguna entre sus deseos y los de sus padres, y esto le provoca sufrimiento. O a lo mejor está pensando en alguna situación vivida el fin de semana en el parque, con sus amigos y amigas, a la que está intentando dar significado. Está intentando descrifar aquello que pasó, y que le sorprendió tanto. En lo que le dijo Vanessa. En eso está pensando.
La tiza de la profesora rasga la pizarra, y al hacerlo crea, mágicamente, letras blancas, que forman palabras en un idioma nuevo, un idioma que ella le está intentando enseñar. Pero usted bien podría estar metido dentro de un túnel de lavado encendido en Costa Rica, que daría lo mismo, porque no puede dejar de pensar en sus problemas adolescentes. Bien, esto es lo contrario de la Presencia. Porque podemos decir, y así lo hacemos coloquialmente, que usted está ausente.
De hecho, si media hora más tarde, en la siguiente clase, pasasen lista, y oyese su nombre, aunque saliese de su estado semi-comatoso de golpe, y dijese “presente”, no le pondrían falta. Pero deberían de ponérsela, porque en realidad usted estaba ausente. Está lejos de lo que está pasando en ese momento (toca lengua, y el profesor, que tiene fama de pedófilo, está mirando en su agenda los contenidos del día, los chicos repetidores sentados atrás están armando barullo, una chica a su izquierda canta una canción de Katy Perry bajito mientras saca el cuaderno y el libro de la asignatura de su cartera, en el pasillo se oye un grito seguido de una carrera, y unas risas estridentes, una nube está tapando el sol en este preciso momento y todo el pantone de la clase cambia simultáneamente hacia algo más apagado), usted sigue pensando en sus padres, y en la puta Vanessa. En la situación del fin de semana. O tal vez va de la una a la otra. Usted no lo sabe, porque es muy pequeño, pero se está perdiendo la vida.
No hay que culpar al joven atontao que fuimos usted y yo de todo esto. Aunque quizás sí que tenemos que ser más severos con el ignorante adulto que lo sigue haciendo. Que sigue sin estar en la vida del todo. Que la vive de rebote.
La Vida (otra vez he utilizado mayúscula, ésta vez para darle una pista) sucede, y usted la oye de fondo. A veces comenta cosas de lo que pasa en la vida (mira como va vestida esa, parece sacada de 2005, ahora que me acuerdo mi tía tuvo un vestido igual, se lo vi en la comunión de mi primo, tengo que llamar a mi primo que me han dicho que tenía fiebre, como sea corona, mata a la abuela), pero sin estar del todo aquí. Entre la realidad y usted, hay un velo de pensamientos, juicios, remordimientos y ansiedad sobre el futuro. Si usted retira ese velo, bienvenido, se sentirá presente.
Sentirá su corazón golpeando en su pecho, el aire rozando sus brazos desnudos. La luz rebota contra el suelo blanco, que de repente es tan blanco, que a uno le parece no haber visto algo tan bello. Y no hay problema alguno. Porque los problemas necesitan tiempo, y en el presente todo es nuevo, todo sucede por primera vez. Sienta la vida. Sienta la intensidad calma que todo lo que hay a su alrededor desprende. Perciba sin pensar. Déjese llevar por el río en el que nadie nunca se ahoga, déjese calentar por el fuego que no quema.
Pruébelo, joder. Que es gratis.