Estoy leyendo “El dardo en la palabra” de Lázaro Carreter, que fue director de la RAE, y me tiene la cabeza loca. Cuando uno empieza a indagar en las profundidades del castellano, atraviesa una fase de locura (esperemos que) temporal, en la que duda de lo apropiado de cada cosa que escribe o sale de su boca.
Y es que yo me había fijado desde hace tiempo en estupideces que dicen los periodistas para hacerse los guays. Ahora está muy de moda decir eso de “se abre una ventana de oportunidad (para tal o cual negociación)”, que es una expresión traducida literalmente del inglés window of opportunity, y que nos es ajena, pero suena bien. Quiere decir que hay una oportunidad temporal para llevar a cabo una acción. Me mata escucharlo.
El caso es que Lázaro ya sufría en los setenta con ataques creativos de los periodistas, y escribía al respecto. Y lo más extraño de leer sus “dardos” en 2020, es que esas expresiones que denunciaba en los setenta y ochenta, están hoy tan perfectamente integradas en el castelllano. Nos parecerá muy extraña su furia contra palabras o expresiones como rutinario, nominar, a nivel de, énfasis, ciertos usos de agresivo, asequible, doméstico, de alguna manera, tema, élite, jugar un papel, especulaciones, ilegalizar, reinsertar o reiniciar; palabras y expresiones que hasta hace muy poco no eran nuestras, eran vulgares, o eran extranjeras. Uno no dudaría en pensar que la mayoría ya estaban presentes en el Quijote. Él dedica un capítulo a cada uno de estos usos pervertidos. En muchos casos son voces latinas en el inglés o el francés, que no se usan al castellano, pero vuelven a nosotros como un bumerán.
Yo que soy un ánglofilo, y además gilipollas, me sorprendo a mí mismo constantemente utilizando construcciones gramaticales que no son propias de nuestro idioma, clavándole con ello la rodilla en la espalda al castellano. Cuando me doy cuenta, me doy un pellizquito en la mano, y hago propósito de enmieda.
De todas formas, Lázaro me recuerda a un tipo de intelectual que ya no existe. Me pasa igual con el joven sociólogo Alain de Botton, que a diferencia de Lázazo, está vivo. Aunque su aspecto se está deteriorando alarmantemente, supongo que de tanto leer. Tiene el aspecto que tendría Powder si no le hubiera alcanzado el rayo. Recomiendo vivamente (afrancesamiento) su libro “El arte como terapia” que están prácticamente regalando de Book Center, y su canal de YouTube autoayuda culta (todo subtitulado al español).
Ese tío es desacomplejadamente culto, y eso me extraña. No se lleva eso de ser culto. De hecho si lo eres, es mejor esconderlo un poco, y disculparse si se te escapa. Dices algo culto pero luego haces una referencia al coño de Cardi B o a algún personaje de Salvame Deluxe para demostrar que también eres frívolo. Dos décadas de realities han hecho fosfatina nuestro tejido social y pervertido nuestros ideales.
Pero me parece que es una dirección necesaria para una sociedad. Echo de menos la idea de que hay que intentar ser culto. Solo diciendo esta frase ya parezco gilipollas, así que imaginad lo mal que estamos. Y no digo que nuestra salvación radique en el aprendizaje. Más al contrato, es un camino lleno de trampas. La pedantería, la arrogancia, el desprecio al que no está tan formado como uno, el postureo, la prepotencia e incluso el dogmatismo son lugares comunes en el camino hacia la ilustración. Cualquiera que haya estado en una universidad los conoce bien.
Por lo que sólo es una corazonada, lo de que la vida nos iría mejor si volviésemos a aspirar ser cultos. Ahora te digo, yo creo que alguien culto, culto de verdad, vive en la perplejidad absoluta. Ha leído y reflexionado tanto, que se siente humilde ante la complejidad de cualquier asunto, los múltiples puntos de vista, la profundidad histórica detrás de cada cosa que damos por hecho. Para mí, un intelectual es alguien abrumado y que no tiene respuestas, pero plantea los debates necesarios.