LMDLB # 6 Rasgos y Golpes de Estado

Esta semana balbuceo sobre los atracones, nuestra obsesión con las personas reales y ficticias, la tensión política, el descenso al anarcocapitalismo, la posibilidad de cambiar de personalidad, y el secreto de la vida. Y todo en veinte minutos o así.

De momento están Ivoox y Soundcloud, los subiré también a Spotify esta semana.

Puedes escucharlo en Ivoox aquí .

Mascotas geniales.

A los pocos años de esto de internet, en medio de la euforia y la fascinación por todo, me quejé de que era cierto que uno hablaba mucho con gente afín y maravillosa, pero que esas comunicaciones virtuales no parecían concretarse luego en amistades reales. El pronosticable aumento de las relaciones sociales a través de todas esas nuevas posibilidades de comunicación no se concretaba. Yo pensaba que en Silicon Valley estarían trabajando en ello, y que pronto solucionarían este pequeño fallo en el sistema. 

Ahora, ya inmersos en redes sociales y smartphones, estoy convencido de que no es que las redes sociales no hayan conseguido atenuar la soledad, sino que, mas al contrario, la fomentan. Este es mi argumento: las redes sociales hacen que no te sientas solo, y poco a poco, te vas quedando solo. Como con la comida que tomamos los gordos para engañar el hambre, leer unos comentarios divertidos en un vídeo que te ha gustado en YouTube, ojear de qué presumen tus conocidos en Instagram y darles falso feedback, o intercambiar anécdotas sobre lo acaecido en la jornada laboral con un compañero de trabajo por WhatsApp, sirven para matar el hambre de contacto humano. Si no tuviéramos eso, tendríamos que llamar a un amigo del barrio y quedar a tomar un café con él. Pero como tenemos eso, no lo hacemos. Y el tiempo pasa, y entre likes, audios de minuto y medio, y emoticonos, uno va abdicando de las personas reales. 

De todas las distopías formuladas en los últimos diez años, en la que más fanáticamente creo es en la formulada en la película Her (Spike Jonze, 2013). En ella, Joaquín Phoneix tiene una relación sentimental con la última actualización de su sistema operativo. Si os parece una premisa chorra (a todos nos lo pareció en su momento), os sorprenderá comprobar lo bien ejecutada que está, y el dramatismo que logra construir. 

Este post continua de alguna forma el anterior sobre mi vecina Nora. No queremos compromiso alguno, la interacción social cada vez nos resulta más incómoda, y la tensión política hace que no queramos enfrentarnos a nadie que no nos la razón en todo. Pero la soledad no deja de comernos las entrañas. 

Hay una canción preciosa de Porno For Pyros. Se llama “Pets”, tiene casi treinta años, y siempre me pareció extrañamente profética. El cantante narra en los versos el fin del mundo, pero el estribillo ofrece la solución “crearemos unas mascotas maravillosas”. Siri, Alexa, Cortana. Daros prisa. Haceos nuestra amigas. Salvadnos de la gente. 

Nota: me he dado de bruces con un problema gordo al buscar una traducción de la canción Pets. El optimista “We Will make Great pets”, que yo había creído que significaba “Haremos unas mascotas geniales”, en el contexto de la canción significa “Seremos unas mascotas geniales” (de la civilización que nos conquiste). ¡Ay! La magia de la ignorancia. En fin, ya sabéis lo que dicen,  “no dejes que la verdad te arruine una buen post”. 

Nora´s blues.

El otro día me encontré a una antigua vecina. Tiene ya dos mil o tres mil años. Dice que echa mucho de menos a mi madre. Es extraño, porque nos fuimos de esa casa hace 25 años. Le pregunté por la familia que vive en nuestro antiguo hogar desde hace una década, y me dijo que eran majos, pero furtivos. No conocía sus nombres. Me extrañó que en diez años puerta con puerta, no hubieran tenido tiempo de intercambiar información tan básica. 

Las piezas encajan, no obstante. En mi bloque parece que no vive nadie. Solo yo. Rara vez me cruzo con algún vecino, y las conversaciones sobre el tiempo en el ascensor de antaño han desaparecido, considerándose ahora de una intimidad desproporcionada. Gracias a Dios, el Covid-19 ha llegado, y ya no tenemos que fingir que abrimos el buzón para no coincidir en el ascensor: la nueva norma es que hay que subir de uno en uno. Con el tiempo, yo también me he acostumbrado a mirar por la mirilla antes de salir de casa, porque donde fueras, haz lo que vieras.

Es extraño hablar de los valores comunitarios en estos tiempos en los que no queremos saber nada los unos de los otros. Y tal vez sea mejor así. No tengo ni idea. La gente se queja de estar sola, y a la vez no quiere hablar con nadie. Queremos que nos hagan caso, pero no queremos compromiso alguno. La izquierda delira sobre valores comunitarios online, pero en la vida real no son capaces ni de hacer contacto visual.

El único profesor carismático que tuve en toda la carrera, que para mi desgracia era marxista, nos hacía preguntarnos para qué hacia falta que tuviésemos objetos que se usan muy de vez en cuando, como un taladro, si podíamos compartir uno entre todos los vecinos del edificio. Pues estimado profesor: porque preferimos gastar dos mil euros en Leroy Merlin antes que tener que hablar con nadie. Espero que se encuentre usted bien. 

Ese es parte del éxito de las tiendas regentadas por chinos, conocidas popularmente, como chinos. No solo radica en que trabajen tanto, sino en el claro compromiso confuciano (o maoísta, qué se yo, de algún sitio tendrá que venir) de no intercambiar información alguna con los clientes. Porque uno deja de tener ganas de comer pisto, si descubre que le falta calabacín, y que para conseguir uno tiene que enterarse de como está toda la familia política del propietario del economato de toda la vida. Mejor descongelar un filete.

Pero yo creo que no es el capitalismo, es simplemente la vida urbana. Hace poco, estaba cortándome el pelo donde mi peluquero marroquí, y por hablar de algo, le comenté lo animado que me parecía ese barrio, ya que cada poco tiempo pasaba alguien simplemente a saludarle. Para mi sorpresa, me dio una clave en la que no había reparado: todos esos afables vecinos eran de la generación de nuestros padres, que había venido del pueblo, en los 70 (extremeños, segovianos, andaluces) y todavía conservaban una extroversión impropia de la urbe.

Así que es la ciudad la que nos mata. Y como nosotros somos la ciudad, somos a la vez víctima, y verdugo.  Qué complicado.

No va a quedar ni Peter

El Principio de Peter es una teoría cómico-sociológica formulada en los setenta por el pedagogo Lawrence J. Peter, que pretende explicar por qué las organizaciones funcionan mal. Yo pienso en ella todos los días, por lo que para mí no tiene nada de cómico. 

Postula que una persona irá avanzando en una organización hasta ser ascendida para hacer algo de lo que es incapaz, y ahí se quedará, gangrenando la organización, siendo ineficiente y causando sufrimiento a todos los que dirige. Se puede explicar de la siguiente forma:  a una persona se le da bien hacer la tarea que le han encargado, y debido a ello, le propondrán hacer otra, de mayor responsabilidad y mejor remunerada, que no tiene mucho que ver con la que estaba llevando a cabo. Si hace bien esa también, con el tiempo, le propondrán hacer otra, de mayor responsabilidad todavía, para la cual no había mostrado aptitud o actitud alguna hasta el momento. Así irá subiendo una escalera de actividades distintas y mejores sueldos, hasta llegar a una actividad que hace mal, y en la que permanecerá el resto de su carrera, lo que esta teoría denomina el nivel máximo de incompetencia

Por ejemplo, imagine que usted trabaja en una hamburguesería, y se le da bien ser empleado. Limpia ferozmente, y es excelente en el trato con los clientes. Entonces, puede que usted promocione a encargado, cosa para la que su ocupación en la empresa hasta ese momento no había demostrado aptitud alguna. Si la suerte quiere que además de hacer bien las tareas que hacía antes, también sea competente en la gestión del personal a pequeña escala, y la asunción de responsabilidades  ante los clientes, sus superiores le ascenderán a gerente, cosa para la que a su vez, no ha demostrado tener experiencia o aptitud alguna. Así que está ahí usted, con los dineros y los pedidos, como un banquero de pacotilla. Si lo hace bien, seguirá ascendiendo, hasta que llegue a la cosa que no sabe hacer bien, y ahí se quedará, haciendo infelices a todas las personas que tenga a su mando. 

Pero creo que este ejemplo no se entiende bien. A ver, voy a intentarlo otra vez. Imagina que eres una joven madrileña licenciada en periodismo. Como estás afiliada al PP desde pequeñita, consigues entrar en el departamento de prensa, donde lo haces tan bien, que consigues ganarte la confianza de la jefaza, que te hace responsable del twitter de su perro. Y a lo mejor era eso lo que se te daba bien. Esa era tu vocación en la vida. Imaginar que pensaría un perro palaciego, al que su dueña da patadas cuando nadie mira, y plasmar sus sentimientos en pequeñas frases de un máximo de 140 caracteres (entonces). Pero la absurda lógica organizacional te fuerza a abandonar tu verdadero vocación, y la otra jefa que hay, que en realidad es menos jefa, y un poco cleptómana, te hace directora de la campaña on-line a las elecciones del 2015. Quizás esa era tu verdadera vocación, jefa de campaña. Pero aplicando el Principio de Peter, en vez de dejarte tranquila haciendo lo que se te da bien, se piensa en ti para candidata a la presidencia en 2019. Y eres tan buena campañeando (nuevo verbo), pronuncias tan bien las palabras y sales tan bien en los carteles, que ganas las elecciones. Así que ahora eres presidenta de una comunidad de 7 millones de habitantes, puesto para que hasta el momento no habías demostrado capacidad alguna. Y efectivamente, lo haces como el culo: has alcanzado tu nivel de incompetencia máxima. Y ahora nosotros vamos a morir. 

Abrid las fosas.

Abrid las fosas. Y mirad dentro. Mirad con atención. Cuanto antes. Retransmitidlo todo en directo. Que veamos nosotros también lo que hay dentro de las fosas, pero sobre todo, que veamos nosotros como miráis vosotros dentro de ellas. 

Un entierro digno es un acto de justicia solamente para los familiares de los muertos. No queda vivo nadie a quien se pueda culpar de esas atrocidades. Para los demás, es una oportunidad para aprender quienes somos de verdad. Cual es nuestro potencial de odio y destrucción. Nos muestran de qué somos capaces si nos dejamos llevar.

Y yo quiero que vayan los políticos de todos los partidos vayan a aprender. Es su deber. Desde el ministro y los portavoces de los grupos parlamentarios, a los concejales de los pueblos en los que estén enterrados esos desgraciados. Esos cadáveres agujereados y podridos, enterrados de forma indigna, apilados los unos sobre los otros en el barro, tienen algo que contarnos. Son nuestra sombra, que diría Jung. 

Mirad cómo se hablan entre ellos en el Congreso. Mirad con que odio, contenido y sin contener, con qué cinismo. Es un rencor inexplicable, como si fuese genético. Mirad cómo discuten los periodistas en el plató, echando espuma por la boca. ¿Creéis que no somos capaces de volver a matarnos, pueblo a pueblo, barrio a barrio?

Tanto la izquierda como la derecha están enfocando mal este asunto, y van a dejar escapar esta oportunidad. La izquierda, incapaz de implementar su modelo económico, ha decidido colonizar nuestros sentimientos. La derecha siente que le van a echar la culpa de algo y tiene miedo. Van a dejar escapar una valiosa oportunidad de terapia de pareja, que evite el otro divorcio entre las dos españas de los cojones. No queremos otra guerra, aunque sea por no tener que aguantar ochenta años de películas sobre ella.  

No queda nadie vivo responsable de lo que pasó entonces. Sí, ya sé que Franco le regaló la Play 4 al padre de Espinosa de los Monteros, y que Villar Mir hacía trampas al Monopoly. Qué más da. Podría haber sido peor. No hay cosa que más me joda que escuchar a la gente de mi edad criticar la Transición. Gracias a ella, crecieron en paz jugando al balón en la plaza. Mirad lo bien que les ha salido la transición a los sirios, o a los libios. Mis primas sirias no encuentran chicos con los que casarse. Hay escasez de solteros en Aleppo. Murieron todos en la guerra.  

Así que abrid las fosas y aprended, que os creéis que lo sabéis todo y no tenéis ni puta idea de nada. Y una vez que hayáis aprendido, no cerréis las fosas. Qué en algún sitio habrá que meter a los muertos por el covid.

Personalidad fragmentada

Más importante que las opiniones, son los temas sobre los que opinamos (o nos dejan opinar). De los debates ausentes en los últimos veinte años, uno de los que más he echado en falta es el de si es adecuado o no que los niños estén expuestos a dispositivos móviles. Nos saltamos esa discusión. La teníamos pendiente, pero la hemos ido dejando, y sin darnos cuenta ya usan redes sociales. Hemos dejado que el mercado decida, y que cada niño tenga un terminal, es bueno para el bussiness. Si podemos recopilar datos de los futuros consumidores desde los 8 años, mejor para el bussiness

¿Y los psicólogos? Ni están ni se les espera, como siempre. Cada vez que escucho a un psicólogo o psicóloga en la tele opinando sobre un tema, me entran ganas de meter la cabeza en el horno, como Silvia Plath. Lo cual es irónico que te cagas.

Y es cierto, no tengo hijos. No estoy preparado para querer tanto a alguien. Pero si algo me han enseñado los medios de comunicación de este país, es que no debes de permitir que la ignorancia sea un obstáculo a la hora de dar tu opinión sobre un tema. Así que ahí va la mía. 

La cuestión sobre la relación entre niños y tecnologías tiene dos vertientes principales. La primera, neurológica. No sabemos todavía cómo van a ser los adultos que han sido cuyos llantos han sido consolados, no con un sonajero, o un manojo de llaves, sino con un móvil que proyectaba frenéticos vídeos de pocoyo a doce centímetros de su cara, mientras con la otra la madre o el padre fumaban o se tomaban una caña en la terraza del bar. No lo sabemos. A lo mejor resulta que este frenética actividad desde edad tan temprana les convierte en genios, como John Travolta en Phenomenon. Pero es poco probable. 

Sin embargo, sí que sabemos que la atención es clave. La capacidad de dominarla es uno de los mejores pronósticos de el éxito y la felicidad que va alcanzar el individuo. Elegir dirigirla hacia algo, y mantenerla ahí, es de vital importancia. No vivir como en el que va en un precario botecito navegando sobre un río bravo, a la merced de la corriente, despistándonos con cada cosa que aparezca en nuestro camino, sin control alguno sobre ello. Es lógico pensar que una mente sometida a tantos estímulos desde una edad tan temprana puede se convertirá en un caballo loco. La creciente epidemia de TDHA que parecen estar sufriendo la muchachada, apunta a la veracidad de esta hipótesis. 

El otro problema, y para mí es el más gordo, es lo que yo llamo crecer con un sentido del yo fragmentado. Las putas redes sociales. Tú no eres tú, sino lo que piensan de ti. Los adultos ya lo experimentamos. Solo recibir un comentario positivo sobre una foto en redes sociales puede hacerme estar de buen humor durante veinte minutos, lo cual desgraciadamente funciona igual en sentido inverso. Por algún motivo, es lo que hemos decidido correcto hacer con nuestros hijos, vuestros hijos. Dejar que sea una masa anónima la que decida cúal es su valor, cuantificable en número de likes, de reproducciones o comentarios dañinos. 

Si a nuestras cabezas ya formadas les afecta este proceso, no quiero ni imaginar el efecto que todo esto puede producir sobre un niño, cuyo cerebro está todavía en proceso de formación. Me resulta muy difícil no imaginarle como  un adulto que  al borde del caos y la destrucción. No sabrá quién es él de verdad. Él será la su identidad on-line, y de fondo, muy de fondo, quien es él de verdad. Tan al fondo que ni lo siente. Me parece una catástrofe, y por eso escribo sobre ello. 

Pero como dijo célebremente Rodrigo Rato mientras era juzgado, es el mercado, amigo.  Él ahora está en la cárcel. Espero que todos los padres de esos niños de 8 años con redes sociales acaben en el cárcel. Y los antimascarillas también. Qué cojones, que le follen: todos a la cárcel. Construyamos recintos gigantes y encerrémonos en ellos. Tiremos la llave. Nadie fuera. Todos dentro. Seremos más felices. Y sobre todo estaremos protegidos de nosotros mismos. 

Lamarckismo de género

¿Recordáis el siglo XVI? Madre mía, que bien lo pasábamos. En nuestras oficinas, con el aire acondicionado a tope, los pies encima de la mesa, todo el día sin hacer ni el huevo, tomando frapuccinos, con todas las vacunas puestas y diciéndole guarradas a la secretaria. Al terminar nuestra jornada laboral de ocho horas, y nos íbamos a la posada de la villa, a tomar gintonics, escuchar buena música de laúd, y tocarle el culo a las camareras. 

Luego cogíamos el Tesla, llegábamos a casa, donde sin embargo no había luz eléctrica, y nuestra mujer llevaba todo el día trabajando, haciendo jabón, zurciendo calcetines a oscuras, lavando la ropa en el río, con fiebre (ella no estaba vacunada), haciendo las tareas de la casa, y cuidando a la vez a nuestros doce hijos, y de los padres de ambos. Le pegábamos una paliza porque la comida estaba fría.  A veces estaba fría de verdad, otras veces lo hacíamos solo por joder. Pero cuando estaba fría de verdad, teníamos que coger el Tesla y volver a la posada, a comer una tortilla francesa o lo que nos pudieran hacer a esas horas, mientras planeábamos como hacer para que la Inquisición condenase por brujería a alguna querida de la que ya nos habíamos aburrido.

El feminismo actual es lamarckiano. ¿Os acordáis de Lamarck? Lo dimos en el instituto. Fue el predecesor de Darwin, en el S. XVIII. Sus teorías eran erróneas, pero fueron fundamentales para hacer avanzar el conocimiento. Esto es, lo más importante que hizo Larmack, fue darle algo en que pensar a Darwin.

Lamarck decía que las jirafas iban alargando más y más el cuello durante su vida, para coger los frutos que estaban en la parte superior del árbol. Y ese alargamiento, que habían desarrollado a fuerza de practicar, era heredado por sus hijos. De la misma forma que si yo hago muchas pesas ahora y me pincho esteroides (cosa que a lo mejor estoy haciendo en la actualidad, o a lo mejor no), mi hijo nacería cachitas. Buen intento Lamarck. 

Pues de igual manera, cualquier sufrimiento padecido por una mujer a lo largo de la historia, es sufrido en la actualidad por mis compañeras de generación. Muchas de ellas están viviendo las vidas más privilegiadas que conozco, pero a la vez están heredando dolores a la manera que proponía Lamarck. Y es que son los anacronismos los que me confunden. “Las mujeres hemos estado oprimidas a lo largo de la historia”. Ya pero tú no. O “nuestra sexualidad ha sido negada”. Ya pero la tuya no. “A lo largo de la historia no se nos permitió estudiar”. Ya, pero tú has hecho ocho Erasmus y tienes dieciséis másteres (uno de ellos en teoría de género). Es como si yo me quejase amargamente de las consecuencias de la poleo, porque un tío de mi madre tuvo la poleo.

Análogamente, cualquier éxito o crimen realizado por cualquier hombre a lo largo de la historia, es un éxito que yo disfruto o soy reponsable en la actualidad. ¿La fortuna de los Rothchild? Yo tengo parte de ese pastel. ¿El derecho de pernada? Yo participé en esas violaciones. También soy Luis IV y el inventor del motor de combustión. Y astronauta. Yo que sé. Es super raro, y se encuentra en el 90% de los razonamientos feministas contemporáneos. Y nadie dice nada.

Todo esto se cristaliza más o menos en lo que llaman discriminación estructural sistémica y sesgos implícitos. La discriminación estructural, es algo que nadie sabe qué es lo que es. Sí se lo preguntas a una feminista, tampoco te lo sabrá explicar, pero te referirá a alguna lectura donde lo explican bien. Ella lo leyó ahí en su momento, y tras páginas de historia sesgada y falacias lógicas enterradas en lenguaje académico, creyó entenderlo durante diez minutos.  Como uno de esos átomos de elementos raros de la tabla periódica que se crear en una laboratorio que solo consiguen sobrevivir un cuarto de hora. 

Se suele basar en la gran mentira de la brecha salarial, la fake news más exitosa, repetida y desvergonzada de este siglo, para la que maldita.es no tiene tiempo. Lo de los sesgos implícitos también es un poco nebuloso. Se supone que son parte de una educación machista y racista, pero la verdad es que todos tenemos sesgos, y los utilizamos constantemente. Nuestro cerebro tiene poquísimo RAM, por lo que tenemos que almacenar la información en bloques, en montoncitos, y hacer juicios de brocha gorda. 

De tal manera que si tú me ves a mí por la calle, calvo, gordo, y con cara de asesino, estarás prejuzgando injustamente al terroncito de azúcar que en realidad soy, que llora con los anuncios y se asusta con los ruidos fuertes. Y bien por ti, no te culpo en absoluto. Yo bien podría no haber sido yo.