Personalidad fragmentada

Más importante que las opiniones, son los temas sobre los que opinamos (o nos dejan opinar). De los debates ausentes en los últimos veinte años, uno de los que más he echado en falta es el de si es adecuado o no que los niños estén expuestos a dispositivos móviles. Nos saltamos esa discusión. La teníamos pendiente, pero la hemos ido dejando, y sin darnos cuenta ya usan redes sociales. Hemos dejado que el mercado decida, y que cada niño tenga un terminal, es bueno para el bussiness. Si podemos recopilar datos de los futuros consumidores desde los 8 años, mejor para el bussiness

¿Y los psicólogos? Ni están ni se les espera, como siempre. Cada vez que escucho a un psicólogo o psicóloga en la tele opinando sobre un tema, me entran ganas de meter la cabeza en el horno, como Silvia Plath. Lo cual es irónico que te cagas.

Y es cierto, no tengo hijos. No estoy preparado para querer tanto a alguien. Pero si algo me han enseñado los medios de comunicación de este país, es que no debes de permitir que la ignorancia sea un obstáculo a la hora de dar tu opinión sobre un tema. Así que ahí va la mía. 

La cuestión sobre la relación entre niños y tecnologías tiene dos vertientes principales. La primera, neurológica. No sabemos todavía cómo van a ser los adultos que han sido cuyos llantos han sido consolados, no con un sonajero, o un manojo de llaves, sino con un móvil que proyectaba frenéticos vídeos de pocoyo a doce centímetros de su cara, mientras con la otra la madre o el padre fumaban o se tomaban una caña en la terraza del bar. No lo sabemos. A lo mejor resulta que este frenética actividad desde edad tan temprana les convierte en genios, como John Travolta en Phenomenon. Pero es poco probable. 

Sin embargo, sí que sabemos que la atención es clave. La capacidad de dominarla es uno de los mejores pronósticos de el éxito y la felicidad que va alcanzar el individuo. Elegir dirigirla hacia algo, y mantenerla ahí, es de vital importancia. No vivir como en el que va en un precario botecito navegando sobre un río bravo, a la merced de la corriente, despistándonos con cada cosa que aparezca en nuestro camino, sin control alguno sobre ello. Es lógico pensar que una mente sometida a tantos estímulos desde una edad tan temprana puede se convertirá en un caballo loco. La creciente epidemia de TDHA que parecen estar sufriendo la muchachada, apunta a la veracidad de esta hipótesis. 

El otro problema, y para mí es el más gordo, es lo que yo llamo crecer con un sentido del yo fragmentado. Las putas redes sociales. Tú no eres tú, sino lo que piensan de ti. Los adultos ya lo experimentamos. Solo recibir un comentario positivo sobre una foto en redes sociales puede hacerme estar de buen humor durante veinte minutos, lo cual desgraciadamente funciona igual en sentido inverso. Por algún motivo, es lo que hemos decidido correcto hacer con nuestros hijos, vuestros hijos. Dejar que sea una masa anónima la que decida cúal es su valor, cuantificable en número de likes, de reproducciones o comentarios dañinos. 

Si a nuestras cabezas ya formadas les afecta este proceso, no quiero ni imaginar el efecto que todo esto puede producir sobre un niño, cuyo cerebro está todavía en proceso de formación. Me resulta muy difícil no imaginarle como  un adulto que  al borde del caos y la destrucción. No sabrá quién es él de verdad. Él será la su identidad on-line, y de fondo, muy de fondo, quien es él de verdad. Tan al fondo que ni lo siente. Me parece una catástrofe, y por eso escribo sobre ello. 

Pero como dijo célebremente Rodrigo Rato mientras era juzgado, es el mercado, amigo.  Él ahora está en la cárcel. Espero que todos los padres de esos niños de 8 años con redes sociales acaben en el cárcel. Y los antimascarillas también. Qué cojones, que le follen: todos a la cárcel. Construyamos recintos gigantes y encerrémonos en ellos. Tiremos la llave. Nadie fuera. Todos dentro. Seremos más felices. Y sobre todo estaremos protegidos de nosotros mismos. 

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