El derecho a la vida.

¡Ja! Te he engañado. Menudo tonto eres. Pensabas que venías aquí a leer la enésima inútil reflexión sobre el aborto. Pero no. Esto va de otra cosa. A mí el aborto me la suda. Lo que acabas de vivir es la contribución más importante del periodismo en los últimos diez años, y que será el símbolo de su completa destrucción: el clickbait.

Pero bueno, todos a veces nos tomamos una caña, sin ser por ello unos borrachos, o decidimos los turnos del descanso a cara o cruz, sin ser por ello unos ludópatas degenerados. Yo te he traído hasta aquí con el chantaje, para hablar de una contradicción que me asalta de cuando en cuando, y que creo que es la clave de todo. 

El problema, es que yo creo saber cual es la clave de todo cada 48 horas. Por eso me hice este blog, que en un principio se quería haber llamado “La triste vida del hombre multi-epifánico”. Porque al igual que las afortunadas mujeres multiorgásmicas, que pueden disfrutar muchas veces de lo que a todos se nos permite solo una, yo tengo epifanías constantes, que me asaltan y se apoderan de mí con una periodicidad predecible. 

La que nos atañe hoy es la siguiente: estoy convencido de que dentro de nosotros hay una creencia previa a todas las demás, y que esta convicción primitiva es la fuente de todo el malestar. Esta creencia no es genética, sino que vino dada con la modernidad. La creencia en cuestión es aquella que dice que somos merecedores de una buena vida. Esa pequeña diva que vive dentro de nosotros, y dice “yo, yo, yo”. Como una María Callas indignada porque las flores del camerino no son de su gusto, el hombre moderno se diferencia del campesino medieval en que nosotros damos por hecho que merecemos cosas por defecto. Cosas como la felicidad, o una buena vida. 

Entendedme bien: yo no hablo de renunciar a todo, y vestirse con cilicio y ceniza. Yo no hablo de dejar de aceptar una buena vida, solo digo que solo digo que exigirla es la clave de la angustia que nos carcome. No hablo de dejar de tener planes o disfrutar de todo lo que el destino, nuestro talento, o la suerte nos brinden, solo de dejar de pensar que son nuestro derecho. Solo te invito a descubrir la libertad, la relajación, el alivio que sigue a la afirmación de que no merecemos  gran cosa.  Es un ejercicio mental increíblemente sano.

Porque hay una creencia más arraigada todavía que esta que acabo de describir: la de que nuestro sufrimiento nos dará lo que queremos. Así como el niño que llora, consiguiendo con ello que la madre le dé la teta, nosotros pensamos que nuestra soledad, frustraciones laborales o problemas de imagen se solucionarán mágicamente si sufrimos por ello. Nada más lejos de la verdad. Las cosas se harán a su debido tiempo, y se resolverán solas, o no lo harán. Pero nuestro sufrimiento no las compra. 

Tú no tienes derecho a una buena vida. Tú tienes derecho a vivir tranquilo. Pero tu creencia de que tienes derecho a una buena vida, te impide vivir tranquilo. Eso es lo que creo. Hasta pasado mañana, que creeré otra cosa. 

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