El espejo de lo que somos

Yo no sé de qué hablan en la tele cuando hablan de coronavirus. Llevo seis meses con la boca abierta. Discuten sobre las decisiones de los políticos constantente, como si fueran importantes. Ratios. Índices. Criterios. Luego bajas a tirar la basura, y ves los bares a reventar. Subes a casa, y ahí siguen. Hablando de la qué administración es responsable de que los números suban.

Y es que hay un debate ausente en los medios, que es a la vez económico, sanitario y moral, un debate de Estado: el comportamiento ciudadano durante esta pandemia.  

Y es que el coronavirus es poético. Porque en su naturaleza perniciosa, esconde un interesante dilema moral: los jóvenes y fuertes la transmiten, pero son los viejos y débiles los que mueren. Por lo tanto, la responsabilidad de que los viejos y débiles no mueran, recae en los jóvenes y fuertes. Un pequeño sacrificio, seis meses de moderación, que el virus circule lo menos posible para salvarles a ellos, y que de paso, la economía siga funcionando. ¿Y cúal ha sido la heroíca decisión de los jóvenes y fuertes? ¿Cúal ha sido la decisión de todas esas personas sanas que no van a morir de coronavirus, pero van a transmitirlo? La decisión ha sido el bar. Pero seguimos obviando el tema, y echamos la culpa a los políticos de que la gente esté en el bar. Ellos a su manera también son patéticos. Ninguno tiene el carácter churchiliano para decir “hijos de puta, dejad de beber diez minutos”. Todos son futuros votantes, y hay que cuidarlos.  

Esto es especialmente doloroso con la gente joven. La generación más conciénciala de la historia, la que lucha contra todo tipo de discriminación. La generación de  Gretha Thunderg, que asegura que va a salvar el planeta. La de la cosmética vegana y el Rebel Whopper. La que lucha contra el bulling, la homofobia y la transfobia. La feminista. La generación que nos lleva sermoneando años,  ironías del destino, ha tenido la oportunidad de probar su valía. Y han probado lo que muchos ya sospechábamos: las cañitas no se sacrifican por nada, ni por los más débiles. 

Ayer me mandaron esta mierda de artículo de El Salto Diario, que me dejó perplejo. Según ellos, la pandemia ha demostrado que el sistema ha fallado. ¡Coño! ¡Pero si el sistema es lo único que no ha fallado! Los políticos se han equivocado constantemente, y las personas solo han respondido a las acciones totalitarias, poniendo muy en duda que esto de la democracia sea algo que surge de forma natural. 

El sistema, sin embargo,  se ha mostrado robusto. Los alimentos no han faltado en los supermercados. No ha habido subidas de precios. No ha habido cortes de luz, ni de agua. La teoría suponía que un mundo globalizado, una crisis semejante podría haber ocasionado, como mínimo, inflación. Pues no. La gasolina no ha subido. La luz no se ha cortado. El agua salía de los grifos. La fruta estaba fresca en las baldas del supermercado, al precio de siempre. Yo no sé en qué mundo vive esta gente. 

Porque solo ese sistema del que se queja El Salto, que ha conseguido producir cuatro vacunas en diez meses, va a salvarnos. Sin ese hito de la historia de la humanidad, nos resignaríamos a vivir en un país en el que 400 viejos mueren al día, hasta que no queden más.  Porque el terraceo es sagrado, y  es mejor heredar cuanto antes. Que se jodan los viejos que mueren solos en una habitación con un tubo en la garganta.  

Solo ha habido un punto a favor de Rousseau en esta pandemia: el comportamiento de los niños, que no tienen ni piojos. En cuanto llega la pubertad, no obstante, gana Hobbes por goleada.

Tengo que apagar la tele estos días. Los anuncios navideños ñoños de siempre, ahora tienen una carga de sentimentalismo y buenismo extra por la pandemia, para mi son el colmo del cinismo. Esta pandemia es el espejo de lo que somos. Y ese espejo está sucio. Sucio y roto. 

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