El León de Oro

Un pensamiento obsesivo es una mosca que va dando vueltas alrededor de tu cabeza. Es muy molesto, y hace muy difícil pensar en otra cosa. Además no te la puedes quitar por más manotazos que des. Incluso puede que con uno de los manotazos te acabes golpeando a ti mismo. Y lo domina todo mientras esté ahí. Secuestra tu percepción del mundo. Podrías tener a Briggite Bardott desnuda untada en chocolate belga en la habitación más suntuosa del Palacio de Invierno de San Petesburgo, y aún así no podrías dejar de pensar en la mosca, golpeando en intervalos irregulares e impredecibles, diferentes partes de tu cara. Incluso si en vez de Briggit Bardott desnuda untada en chocolate, fuese Inés Sabanés desnuda untada en Nocilla, no podrías distraer la atención de la puta mosca.

El otro día recordé lo horrible que es. Estaba en Valladolid, en una cafetería a la que le gusta ir a mi padre. El Lion D´or, cerca de la Plaza Mayor (es una convención aceptada en la ciudad que el nombre de la cafetería sea en francés, pero el artículo que se refiere a ella sea en español). Entré a tomar un café, y ahí estaban sus amigos de juventud, un montón de árabes viejetes, distinguidos y exóticos en medio de la meseta castellana. Así que me acerqué a saludarlos, porque hacía muchos años que no les veía.

Había pedido un café en la barra, que estaba tomando tranquilamente antes de darme cuenta de que estaban ahí (el Lion de or es una cafetería muy grande). Tras charlar un rato con ellos, me invitaron a su mesa, por lo que fui a la barra a recoger mi café, momento que aproveché para pagarlo. Estuvimos charlando un ratito. Luego me fui, dejando mi café en la mesa. Ya bebido. Dejé el vaso con el platito y la cuchara sobre la mesa.

Durante todo el trayecto de vuelva a casa, de aproximadamente media hora, y durante buena parte de la tarde, no dejé de pensar en una cosa: el camarero habría olvidado seguro que le había pagado el café en la barra, y cuando ellos se fueran a ir del establecimiento, les reclamaría el importe del café a los amigos de mi padre. Yo quedaría como un cara dura que les había colocado un café por la cara. Y ellos se lo dirían a mi padre y ya tendríamos cipote montado. ¿Estúpido, verdad? Sobre todo, porque yo estaba seguro de que había pagado el café, y porque en el peor de los casos, no sería un gran problema. Pues no podía dejar de pensar en ello con una intensidad dolorosa. 

Planteé varias opciones de comprobación. Pasar al día siguiente por el café a preguntarle al camarero. Preguntarle a mi padre que le había parecido a sus amigos que yo me parase a saludarles, a ver si salía el tema. Me martirizaba por no haberme detenido a decir adiós al camarero de la barra que me había atendido. Cuando dices “adiós” al camarero al salir del bar, éste hace una nota mental sobre si la persona que ha salido ha pagado o no. Pensé incluso en volver al día siguiente y pagar un café sin más. Pensé en ir al bar, a tomarme un café, y si al pedir el camarero me decía algo, pues ya sabría si efectivamente, la horrible situación que yo estaba anticipando en mi cabeza había tenido lugar. 

Esto es una anécdota tonta. Pero me hizo pensar. Durante mis años de psicólogos, y psiquiatras, nadie pudo decir cual era mi diagnóstico. Y se esforzaron mucho, pero no lo encontraron. Pues Trastorno Obsesivo, cojones. ¿Y qué tipo de Trastorno Obsesivo? ¿Cómo que qué tipo? ¿Te parece poco tener un Trastorno Obsesivo? 

El problema es que Trastorno Obsesivo no aparece como categoría en ningún DSM, salvo que se le añada la etiqueta de compulsivo (también tengo/tuve trastorno obsesivo compulsivo, pero eso es otro tema). Con la etiqueta trastorno obsesivo, sin mas, me refiero a otra cosa. Me refiero a lo que a mí me pasaba. ¿Y qué me pasaba? La mosca, amigos. La puta mosca. Que en realidad era un tigre.

Con lo sencillo que es morir de sífilis. La modernidad es un coñazo. 

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