Vipassana, culito de rana.

El otro día, en sala, un amigo me dijo una cosa que me dejó estupefacto. Afirmó que las experiencias de tu vida van conformando quien eres, implicando con ello que es necesario vivirlas, porque te llevan hacia tu yo real. Flipas.


Su visión de nuestra relación con la realidad es aditiva. Cuanto más vives, más eres. La mía es sustractiva. Para mí, la historia de tu vida, y todas sus peculiaridades, dolores, padeceres y alegrías, no son más que polvo que se acumula sobre un maravilloso cristal, que es quién tú eres en realidad. Todas esas experiencias impiden que ese cristal sea atravesado por la luz. Sin embargo, para él, y creo que para todo el mundo, tus experiencias y vivencias son como los matices que hacen que te conviertas en quién eres. Te darán tu singularidad, que es valiosa y atemporal.


Claro, yo es que llevo muchos años enganchado a la narco-espiritualidad. En determinado momento, empecé a dejarme avasallar por ideas anti-persona, pero en el buen sentido. Para mí la realidad es lo siguiente: somos un plato. Sobre el plato a veces hay mucha comida. A veces hay poca comida. A veces la comida está mala. A veces es sublime. Muchas veces es normal. A veces es dulce. A veces es salada. A veces agria. A veces incluso está podrida. Pero tú eres el plato. No la comida. Y creer que uno es la comida que esté sobre el plato en ese momento, y no saber que uno en realidad es el plato, es lo que causa todo el dolor de la existencia. Esto es muy válido sobre todo si tu vida está siendo una mierda, es decir, la comida del plato no es gran cosa. O es un pescado, y tiene un montón de espinas. O es super aburrida. En plan, todos los días lo mismo. O siempre te quedas con hambre. O está buena, pero te sienta mal. Ceviche de pangolín. Lo que sea.


Pero tiene cierta base lógica. Supongamos por un momento que al nacer, Sor María le dice a tu madre que te has muerto, siendo esto mentira. Te rapta, y te lleva a una familia afín al régimen. Tú nacerías, te educarías, y madurarías en un entorno completamente diferente (y seguramente mejor). Tu personalidad, la que viene de serie, sería la misma, pero al interaccionar con esa nueva e inesperada realidad, con esos padres que no te tenían que haber tocado, en esa casa, en esa ciudad, con esos amigos que en realidad no debían de ser los tuyos, te convertirás en alguien completamente diferente de quien habrías sido. Y posiblemente del Opus.


¿Quién eres tú realmente entonces? Tiene que haber algo en común entre esos dos chicos. Aunque uno sea miembro del consejo de administración de una de las empresas del Ibex 35, y el otro trabaje en el Carrefour a jornada parcial. Tiene que haber algo en común entre ellos. Y no solo eso: ese algo en común entre ellos, si existe, es una verdad inmutable. Está en ti, en mí, y en la hormiga. Es compartida con toda la humanidad, con todos los seres vivos y con el cosmos. Es el plato.

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