Aina Vidal

Fue la protagonista inesperada en la investidura. Tiene cáncer terminal, pero fue a votar. Fue bastante intenso. Ella intentó mantener la dignidad en todo momento, y no robar el foco en un día tan importante. Lo cual se agradece. Hoy todo el mundo quiere el foco.

Era muy extraño verla en la tele, porque la enfermedad no había hecho mella alguna en su aspecto. Parece una treintañera saludable y dulce, con las mejillas sonrosadas y el pelo brillante, fuerte. Era muy confuso.

El caso es que al final de la investidura, la gente fue acercándose a saludarla, para darle un beso, un abrazo, y desesarle fuerza, porque no somos salvajes. Cuando Pedro, flamente nuevo presidente, se dirigió hacia ella, me pregunté qué palabras le diría yo, si estuviera en el lugar del nuevo presidente. Yo en realidad estaba en el doner kebab de mi barrio sintiéndome como la mierda. Pero creo que sé lo que le diría.

Creo que me acercaría a ella, y sin que nadie pudiera oírnos, ni leernos los labios, le diría «¿Qué información tienes? Cúentame. Puedes confiar en mí. ¿Qué mensaje te ha sido transmitido, ahora que has sido puesta en esta situación? ¿Me lo puedes decir? ¿Puedes compartirla conmigo? Te lo ruego, cuéntamelo. Confía en mí. Soy el presidente, y como tal, he de saberlo. Aina dime, ¿qué significa Todo?».

Como si fuera una niña mágica tocada por los dioses (perdón por la blasfemia), sentía que Aina Vidal debía de conocer la respuesta a las últimas preguntas, que ella debía de saber eso que yo ignoraba, y que esa ignorancia era lo que me tenía hundido en la miseria. Quería acercarme a ella, mirarle a los ojos dulcemente y preguntarle muy bajito «Aina, dinos ¿cómo hemos de vivir?».

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